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“Nunca es tarde para tener una infancia feliz”
(Milton Erickson)
Las experiencias de infancia moldean indisolublemente el carácter, los hábitos, las conductas y la forma en que nos relacionamos con cada capa sutil que define nuestra personalidad; por tanto, una infancia “sanita” constituye un derecho fundamental de cada existencia humana, es en esa etapa donde los relatos, los cuentos y los libros debieran ser compañeros naturales de nuestras emociones e imaginación. En ese laboratorio de fantasía amalgamamos los nutrientes de nuestra vida adulta.
En los tiempos que corren padecemos de una sobre escolarización que impone a nuestros hijos un hábito lector, disociado del placer de “rumiar” o compartir los hallazgos que van encontrando entre las hojas de sus libros.
Si le damos una vuelta de tuerca, un plan de lectura puede ser una hermosa invitación a leer y leernos en familia; quizás muchos de nosotros nos justificaremos en la falta de tiempo, para no “agarrar” un libro y nos diluimos en las redes sociales o en la televisión que a esta altura sólo drenan nuestra paz y energía.
Volver a leer aquellos libros clásicos que nos saltamos o atesoramos en nuestra infancia y adolescencia y compartirlos con los nuestros, puede quizás, ser el mejor patrimonio que legaremos a nuestros hijos, porque un libro siempre es y será una mejor compañía.
El escritor y periodista Italo Calvino, en su libro “Por qué leer los clásicos” (Tusquets 1991), señalaba que: …” las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia, distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de la vida. Pueden ser (tal vez al mismo tiempo) formativas en el sentido de que dan una forma a la experiencia futura, proporcionando modelos, contenidos, términos de comparación, esquemas de clasificación, escalas de valores, paradigmas de belleza: cosas todas ellas que siguen actuando, aunque del libro leído en la juventud poco o nada se recuerde. Al releerlo en la edad madura, sucede que vuelven a encontrarse esas constantes que ahora forman parte de nuestros mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado.”
Todos tenemos la capacidad de reescribir el relato de nuestra existencia, lo que no significa cambiar los hechos, sino la lectura y la interpretación de los mismos; quizás podamos junto a nuestros hijos y sus lecturas resignificar nuestra propia infancia y reconciliarnos con esos libros que fueron un faro y parte fundamental de una etapa de nuestras vidas.
Victor González Frías
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