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VER CARRITOEn el nombre del padre…
Foto «El regreso del hijo pródigo» Bartolomé Esteban Murillo
El hombre de Leipzig, el carpintero, me trajo a tierra en el lápiz de su oreja, de donde he bajado para organizar el mundo con palabras.
Clemente Riedemann Vásquez.
Como dar con la correcta relación entre literatura y figura paterna, cuando mi propia existencia se ve atravesada por ausencias y dolores que ha costado sanar, sobre todo en una infancia ya lejana, que a ratos aún me habita, y que intento no juzgar y rearmar desde mi propia paternidad con amor y entendimiento.
La figura del padre atraviesa la historia de la literatura desde su origen. Es central en los textos bíblicos, en los clásicos griegos y en la obra de Shakespeare. Son tantos los libros que se han escrito sobre las fortalezas, tensiones y fracturas de la relación padre-hijo(a), que es un subgénero literario que siempre nos habla y conmueve.
El primer recuerdo e imagen que Gabriel García Márquez menciona de su padre esta asociado a la aparición de un extraño: “un hombre delgado y moreno, vestido de impecable blanco caminando por las calles de Aracataca, y a quienes todos saludaban porque ese día cumplía 33 años”. Gabo tenía nueve años y hasta entonces la figura paterna era una imagen distante y difusa. Gabriel Eligio García y su mujer, Luisa Márquez se habían mudado a la ciudad de Barranquillas en busca de mejores oportunidades, dejando a Gabriel en casa de su abuelo, el coronel Gerineldo Márquez, cuando tenía apenas meses de nacido.
En su autobiografía, “Vivir para contarla” (Mondadori 2002), el autor de “Cien años de soledad”, describe los vaivenes de un hombre que parece un huérfano y en cuyo tránsito por el mundo la figura del padre brilla en la ausencia; incluso cuando el joven García Márquez duerme en las calles de Cartagena aferrado a los manuscritos de sus primeros cuentos, que le sirven de almohada, según relata.
Son decenas de escritores (hombre y mujeres) que describen relaciones de admiración hacia la figura paterna, pero también narraciones que hablan de fragmentación y rupturas en cuentos, novelas y epístolas.
Una de las cartas más famosas del siglo XX jamás llegó a su destinatario, ni siquiera fue enviada. La escribió Franz Kafka en noviembre de 1919, (“Carta al padre”, editorial Edaf 2013), y está dirigida a su padre, Hermann Kafka, comerciante judío en la ciudad de Praga.
Franz Kakfa desde la rabia y el resentimiento se dirige a un padre omnipresente que lo anula e invisibiliza y ve en la sensibilidad de su hijo signos de debilidad, lejanos a la imagen que el como progenitor proyectaba. Dicha relación de desencuentro quedará metafóricamente plasmada en “La Metamorfosis”, publicada en 1915. (Editorial Brugera 2015).
Según Sigmund Freud en su texto de “Tótem y Tabú” (1913), hablar del “Padre” para el psicoanálisis, implica pensar no en un hombre ni en una mujer, no tiene que ver con una figura encarnada; sino más bien una función ordenadora que en “presencia o ausencia” entrega los elementos de socialización y triangulación en la infancia de cualquier ser humano.
El año 2006 el escritor Turco, Orhan Pamuk, fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. En la entrega oficial del galardón, Pamuk leyó “La maleta de mi padre” un emocionante discurso, publicado por la editorial Mondadori el 2007, y que habla de la naturaleza de la escritura, del amor a los libros, del propósito de la literatura como bien social, pero por sobre todo de la relación con un padre que fue posibilitando, a través de cartas, recuerdos y conversaciones, los verdaderos sueños de un futuro Nobel.
En “Cineclub” (Editorial Debolsillo, 2017), el escritor y crítico de cine canadiense David Gilmour, frente a un hijo adolescente con problemas académicos y desinterés, crea un particular trato: ofrece a su hijo sacarlo del colegio y dejarlo excento de obligaciones a cambio de ver juntos tres películas a la semana. A lo largo de tres años padre e hijo vieron todo tipo de películas, desde las llamadas joyas del cine hasta los considerados desatres cinematográficos. La historia real y conmovedora muestra cómo padre e hijo sortearon una época muy especial en su relación con una decisión que lo cambió todo.
Luigi Zoja, sociólogo y especialista junguiano, en el libro “El gesto de Héctor” (Ediciones Taurus 2018), se ocupa de los orígenes y de la figura del padre desde un punto de vista histórico, antropológico y psicológico. La paternidad dice el autor es una construcción cultural que se ha dado a saltos y ha evolucionado con cada contexto de producción histórica; desde el mundo griego, pasando por los totalitarismos hasta la actual sociedad de medios.
Mucha de la literatura latinoamericana contemporánea de escritores como Vargas Llosa, Pablo Neruda, Marta Brunet, Isabel Allende o Alberto Fuget, entre muchos, parece haberse fraguado bajo la estela dominante de los rostros del padre.
“Quién a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”, señala un conocido refrán. Quiero pensar desde esta certeza, que pese a toda historia y circunstancia podemos imaginarnos en el cobijo tierno y protector del árbol familiar. Será seguro que nuestros orígenes nos concederán la fuerza y la libertad para ser nosotros mismos.
Subido a los hombros de un gigante, incluso un pequeño logra que su mirada alcance un horizonte más lejano. De la misma manera, cualquier hijo que toma profundamente a su padre, tal como es (incluso en la ausencia dolorosa), recibirá de él la bendición y energía nutritiva para crecer en su propia vida, se proyectará con éxito en aquello que elija y podrá superarlo, si es el caso, sin tensión o culpa; sino que, desde el respeto, la admiración y gratitud infinita.
– Víctor González Frías –
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